Hoy estoy contenta. Por fin empieza a recuperarse el sentido
común. Argentina es el primer país que ha prohibido el lenguaje inclusivo y la
perspectiva de género. Espero y deseo
que pronto se unan muchos más países para detener esta agresión que menoscaba
la lengua y tergiversa el sentido de lo que de verdad significa ser inclusivo.
La RAE lo dijo alto y claro en su Informe sobre el lenguaje inclusivo y cuestiones conexas, publicado
en 2020: “El uso de simbologías [@, X, E] como supuestas marcas de género
inclusivo es ajeno a la morfología del español, además de innecesario, pues el
masculino gramatical ya cumple esa función como término no marcado.”
No hay que confundir género con sexo. La lengua no tiene
sexo. El género gramatical, cuando se utiliza el masculino plural, es inclusivo.
Siempre. No deja a nadie a fuera. Por ejemplo la palabra “árboles” incluye tanto a los pinos como a los frutales,
y ningún manzano debería sentirse excluido cuando se utiliza un genérico plural
como “árboles”. Del mismo modo un hombre
y una mujer pueden ser juez; no existe jueza. Un hombre y una mujer pueden ser
músico o matemático, porque la música y
las matemáticas son la ciencia o conocimientos
que estudian todos los músicos y matemáticos, sean hombres o mujeres.
El sexismo y la
misoginia no son propiedades de la lengua, sino un mal uso causado por prejuicios
ideológicos. En otras palabras, no es la lengua, sino cierta ideología que, con
fines manipulativos, ha propiciado el desastre de que millones de personas empezaran
a hablar mal su propia lengua. Hay que dar a la gramática el valor que tiene:
el buen uso del lenguaje es un indicador
del nivel cultural de los hablantes. Usar marcas de género cuando son innecesarias
es un signo de ignorancia gramatical. Pero sin duda su efecto nocivo va más
allá de ser una moda pasajera. Lo grave es el modelo cognitivo que estamos
transmitiendo a niños y adolescentes. Pensamos con el lenguaje. Las categorías
gramaticales determinan las correlaciones lingüísticas. Los pronombres
personales marcan la identidad, esa que
se está formando cuando los niños entran en la pubertad. Decirles que TODES son
iguales rompe los esquemas y desdibuja los límites, confundiendo a las mentes
aún inmaduras que son, en esa edad, frágiles y manipulables.
¿Dejarías que tu hijo adolescente hiciera solo la compra en
el súper y que eligiera cada día el menú de la cena? ¿Le permitirías conducir tu coche sin carnet?
¿Pueden votar los niños? Las respuestas son negativas, porque se considera que
no tienen la madurez suficiente para conocer la importancia de una alimentación
saludable, no saben manejar un vehículo y no tienen criterio para tomar
decisiones. En cambio se fomenta que esos niños puedan cambiar de sexo, decisión
que es irreversible, y que se identifiquen bajo marcas mal llamadas de género
inclusivo (eufemismo que debe leerse como igualitarismo aborrecible) que se les
venden como libertad e igualdad.
Tengo un amigo que trabaja en los juzgados de una ciudad catalana que tiene unos 200.000
habitantes. Me comentó que cada semana tienen entre 8 y 10 casos de suicidios de niños, jóvenes y
adolescentes. La casi totalidad son por ambigüedad sexual, han perdido su
identidad, no saben quién son ni qué sentido tiene su vida. Eso es el resultado
del TODES.
En aras de la salud mental de nuestros hijos, tenemos que
eliminar los prejuicios culturales que esta perniciosa política que se nos
vende como “perspectiva de género” ha inculcado en la mente maleable de los jóvenes.
¡Nuestros hijos no se tocan! ¡Nuestra lengua –la lengua con la que pensamos—
tampoco se toca!
Hoy se ha dado un
paso importante para que el TODES desaparezca. Ahora somos TODOS los hablantes del
español los que debemos apoyar la iniciativa de Argentina.