La palabra noche y el número 8

La palabra noche está relacionada con el número ocho. Esta extraña relación se repite en muchas lenguas.
La lingüística cognitiva supone que los símbolos son la unidad básica del lenguaje, siendo estas unidades el emparejamiento de una estructura semántica (significado) y una etiqueta fonológica (sonido).
¿Qué significa esto? A nivel subconsciente, el lenguaje establece lazos sutiles que actúan en la formación de las palabras creando relaciones en sentido figurado. Lo que constatamos es que hay un significado —una idea metafísica o filosófica— escondido en las palabras de modo que, lenguas de familias distintas, conforman las palabras a partir de la misma idea.
Veamos entonces qué sucede entre la palabra noche y el número 8.

 ¿Qué explicación podemos darle? ¿Coincidencia? ¿Qué connotaciones y simbolismo se asocia al número ocho que se le vincula con la noche? Es cuando no hay luz, cuando no vemos. Significa no ver (no-ojo, literalmente). Pero, ¿por qué el ocho es la noche y el nueve el nuevo?
Durante muchos años me he preguntado cómo funciona este metalenguaje. La respuesta se mueve en la siguiente dirección: el cerebro no hace distinción entre lo que ve y lo que imagina. Las primeras palabras tendían a describir lo que se veía. Una palabra equivalía a una idea y el primer referente fueron las partes del cuerpo. En catalán, la palabra costa empieza igual que la palabra cuerpo (en catalán: cos). La costilla y el costado son parte de este cos. Unir dos pedazos o cuerpos de algo es cosir (en castellano: coser). Traer algo hacia nosotros es acostar (en castellano: acercar). Los brazos abrazan. Las manos amasan. Con los pies se pedalea. Sentarse sobre las rodillas es arrodillarse. En el dedo se coloca el dedal. Y el collar, en el cuello.
Cuando el lenguaje dio un paso más para describir lo que no puede verse, aplicó exactamente el mismo método, relacionando conceptos con metáforas visuales. Aplicó la imaginación.
La imaginación se activa mediante el lenguaje metafórico, crea relaciones entre el mundo de lo que se ve y el mundo no visible. Por ejemplo la actividad visible de comer y todo el proceso de asimilación de la comida sirven para describir estados psicológicos perceptibles, pero invisibles. Así, metafóricamente, cuando una persona no nos cae bien no podemos tragarla, como tampoco nos tragamos una mentira; cuando necesitamos pensar mucho en algo, lo rumiamos, como si necesitáramos masticarlo bien; rumiar, metafóricamente, también significa refunfuñar; nos cuesta digerir un disgusto o la muerte de un ser querido; cuando definitivamente algo no nos sienta bien, se nos indigesta o acaba ocasionándonos un retortijón y si la cosa es aun más grave, nos cagamos, soltando literalmente todo nuestro malestar encima de la otra persona.
Esta capacidad del lenguaje explica que, con el transcurso del tiempo, haya palabras que han transmutado su significado. No obstante los diccionarios parecen no tener en cuenta estos procesos porque nos alejan del verdadero origen y significado de las palabras.
Veamos un ejemplo. La palabra abandonar, según el diccionario de María Moliner, viene del francés ≪abandonner≫ y significa ≪dejar de lado una cosa que tiene la obligación de cuidar o atender, apartándose o no de ella≫. Dado que es evidente que forma parte de la misma familia que banco, bancal, banda, bandeja, bandera o bando, buscamos estas palabras en el mismo diccionario etimológico. Banco viene del germánico ≪bank≫ y significa asiento. Bancal viene del árabe ≪manqala≫ y significa soporte. Banda viene del germánico ≪band≫ y significa cinta, faja o tira de material flexible. Bandeja del portugués y significa recipiente plano para servir. Bando viene del gótico ≪bandwo≫ que significa bandera, y también reunión de gente o ≪conjunto de personas en lucha con otras o con ideas opuestas respecto a ellas≫. Con esta información contradictoria que nos remite a diferentes lenguas (árabe, germánico, gótico, francés, portugués) es imposible darse cuenta de que todas estas palabras tienen en su base una idea o concepto de grupo, de unión. Así, por analogía con una banda (agrupación de hilos que conforman una cinta flexible) se crea tanto el concepto de un bando de personas como el de una banda musical, y la tela que les representa es su bandera, y un conjunto de tablones unidos en el que, a diferencia de una silla, pueden sentarse varias personas, es un banco. Volviendo entonces a la palabra abandonar y remitiéndonos a su sentido originario, significa haber sido dejado fuera de su bando. Y para comprenderlo no necesitamos saber ni francés, ni árabe ni gótico. Bastaría un poco de sentido común…
Creo que hace falta un nuevo marco teórico para la lingüista.
(extracto del capítulo 5.2 Etimología. ¿Qué hay detrás de las palabras? del libro No venimos del latín. Segunda edición revisada y ampliada.


La invención de la marca de género


En origen los sustantivos (=nombre de cosas) no tenían género. De hecho, en la mayoría de lenguas del mundo no existe el género gramatical. No hay género en inglés, ni en euskera, ni en chino. Lo que sucede es que en las lenguas europeas hay cambios en la flexión final de los sustantivos que se han identificado como dos géneros o incluso tres si contamos el neutro. Pero el género gramatical no tiene nada que ver con el sexo. Se trata de palabras que presentaban distintas terminaciones que, siguiendo el criterio del filólogo Joan Solà Cortassa [1] hubiéramos podido llamar género A cuando es 'no marcado', y género B cuando está 'marcado' y termina en [-a]. El género asociado al sexo sólo se manifiesta en el pronombre personal de tercera persona (él, ella) y sus diferentes formas. Es decir, somos los humanos y los animales los que tenemos género asociado al sexo. Lo habitual ha sido utilizar palabras distintas para indicar sexo distinto. Así tenemos hombre y mujer, caballo y yegua, vaca y buey, etc. El resto de sustantivos no tenían marca de género sencillamente porque las cosas y los conceptos no tienen sexo. Sólo terminaban de modos distintos.
Podemos clasificar los sustantivos como concretos y abstractos, comunes y propios, contables y no contables. Algunas de estas tipologías se expresarían con determinadas terminaciones. Lo que hemos llamado género indicaría una tipología gramatical. Así tenemos que en muchos casos la terminación en [-a] final indica un conjunto mayor: una huerta es mayor que un huerto; una cuba mayor que un cubo; una cesta mayor que un cesto; la leña está compuesta de leños; un madero es contable y madera más genérico y abstracto; los matemáticos son los hombres y las mujeres que se dedican a las matemáticas, mientras que las matemáticas son la ciencia abstracta que estudia los números.
En realidad lo que observamos es que el del sufijo final [-a] está otorgando un sentido genérico con un matiz inclusivo o pluralizador. Por ejemplo terminan en [-a] las palabras que designan animales: jirafa, pantera, iguana, tortuga, ballena, araña, etc. Se conocen como epicenos, porque la misma forma se usa indistintamente para un macho y para una hembra. También terminan en [-a] palabras que designan oficios: astronauta, policía, poeta, pianista, dentista. Otro grupo que termina en [-a] son las palabras que designan los frutos y las flores: fresa, manzana, pera, ciruela, aceituna, naranja, margarita, rosa, violeta, etc.
La idea de agrupar las palabras terminadas en [-a] bajo la etiqueta de marca de género se le ocurrió a Protágoras, un gramático griego. Fue él quien puso las etiquetas de masculino y femenino a las palabras griegas, afirmando que el género no marcado era el masculino, pero ya incluso su contemporáneo Aristófanes se burló de su afirmación. ¡No tenía sentido ni para los propios griegos!
La conclusión a la que han llegado investigadores como Silvia Luraghi [2] profesora de lingüística de la universidad de Pavia, es que las lenguas diferenciaban dos tipologías: una para animado, contable, individual y otra para neutro, genérico, colectivo. No tenían géneros en oposición masculino y femenino, sino que era una clasificación nominal. Por ello, la terminación considerada marca de género no sólo es una generalización muy reciente en el tiempo sino que además procede de un sufijo con sentido colectivo que, en algunas palabras, evolucionó hacia un antiguo determinante.

[Puedes leer el artículo entero aquí: Los romances derivan de una lengua madre de carácter aglutinante ]



[1] Filólogo y lingüista catalán autor de más de 40 libros. Impulsó, coordinó y dirigió la famosa Gramàtica del català contemporani vol. I, II, III. Barcelona: Editorial Empúries.
[2] Luraghi, Silvia. The origin of the feminine gender in PIE. An old problem in a new perspective. [en línea]